Dios tuvo el deseo de un último ser cuya relación con el todo y con el Autor divino fuera distinta de la de cualquier otra criatura. En este último momento, Dios consideró la creación del ser humano, de quien esperaba que llegara a conocer y amar la belleza, la inteligencia y la grandeza de la obra divina. (...)
Tú, sin límites que te congelan, de acuerdo con tu propio albedrío, en cuyas manos te he puesto, ordenarás por ti mismo los límites de tu naturaleza. Te he situado en el centro del mundo para que puedas desde allí observar más fácilmente todo lo que hay en él. No te he hecho ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, de modo que, con libertad de elección y con honor, como árbitro y artífice de ti mismo, te des la forma que prefieras.

Richard Tarnas, Cosmos y Psique

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